Los grandes cambios, también llamados revoluciones, acostumbraban a requerir un largo periodo de adaptación y generalmente afrontándolos desde el prisma de la incertidumbre o de la esperanza. Desde la primera revolución industrial de finales del siglo 18, la humanidad no había vuelto a conocer un cambio tan importante y disruptivo como en el que hoy en día estamos inmersos. Un cambio que se está produciendo día a día, a una velocidad nunca antes conocida y que no sólo se afecta a sectores como el de la producción, el transporte o la generación de energía, sino que también lo hace sobre la manera de relacionarnos, de comunicarnos, de cuidar nuestra salud y de entender el mundo.
Este cambio presenta retos continuos en todos los sectores, siendo uno de los principales el modelo futuro de generación de energía. Pese a que las energías renovables toman una mayor importancia día a día y que la generación mediante el gas ha de ser sin duda la que garantice la transición energética, necesitamos de otras innovaciones que contribuyan a lograr los objetivos de descarbonización que los diferentes agentes sociales y gobiernos se han marcado.
El hidrógeno es sin dudad uno de los principales actores que por su bajo nivel en carbono y no producción de emisiones tóxicas, se está abriendo un hueco en esta carrera por generar o producir con emisiones neutras en carbono y la filtración no podía no estar presente en su desarrollo.
Es una fuente de energía limpia que se genera a través de unos dispositivos denominados electrolizadores, que separan las moléculas del agua en moléculas de hidrógeno y oxígeno mediante un suministro de electricidad.
Dependiendo de cómo se produzca y que tipo de energía se utilice, el hidrógeno adquiere un “apellido” en forma de color. Las categorías de hidrógeno son las siguientes:
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